jueves, 23 de noviembre de 2017

La Iglesia y los mayores



 San Juan Pablo II habló y escribió mucho de los mayores. Suyas son estas hermosas palabras: “…La Iglesia aún os necesita. Ella aprecia los servicios que podéis seguir dando: vuestra oración constante; espera de vosotros vuestros consejos, fruto de la experiencia y se enriquece del testimonio evangélico que dais día tras día”.
Las personas mayores han de ser consideradas como un tesoro en la Iglesia y en la sociedad. Son los mayores los custodios de la memoria colectiva, tienen la perspectiva del pasado y del futuro en un presente que puede estar lleno de eternidad y serenidad. Ellos pueden poner  a disposición de todas las generaciones el tesoro de su tiempo, capacidad y experiencias, mostrando así los auténticos valores frente a las meras apariencias.  En la Iglesia, unidos en el movimiento Vida Ascendente, los mayores y jubilados son anunciadores de la Palabra y transmisores de la fe en la catequesis, miembros de los equipos de Liturgia, testigos del amor con su servicio de caridad con todos, especialmente con los más pobres, luz del mundo, sal de la tierra y levadura en la masa de la sociedad, impregnándola con los valores del Evangelio.
Y, aunque corren el peligro de sentirse inútiles en ambientes que exaltan la productividad y la rentabilidad economicista, su presencia debe mostrar que el valor económico no es el único ni el más importante. Se ha de valorar al ser humano, por encima de los valores ficticios que la sociedad moderna impone cada vez más: la eficacia, la productividad, la economía. El hombre y la mujer valen más por lo que son  que por lo que hacen. La vida es en sí misma un gran valor en cualquiera de sus etapas, y la tercera edad un supremo regalo. La serenidad del mayor otorga al mundo vida y salud, concebida ésta como armonía física, mental, social y espiritual.


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